miércoles, 18 de abril de 2012

AVENTURA ANHELADA




Allí donde el pasadizo inusual que separa los miedos de las dudas, en el acantilado que interroga e incita a mi alma a volar; allí en la cúspide de mi vida me podéis ver.
Han sido tantas batallas ganadas en vano, que ya no me gusta ni recordarlas; y es que la machacona losa que mancilla mis hombros después de tanta lucha, me doblega y desdobla tesituras carmesí en mi boca desencajada.
Cansado de no encontrar solución, de no hallar luz entre tanta claridad, he venido a África; no carente de ilusión, pero si siendo realista, pues las historias que he oído acerca de este curandero son increíbles, pero para mis dedos chamuscados por la rutina, me suenan a fantasías poco creíbles.
Lánguidas noches recrean en mi mente aquellos sueños incumplidos que no podré realizar; y los días quebradizos son ceniza en mis pulmones, sofocante calor que me impide respirar. Sensaciones que me acompañan de copiloto en este viaje, en este Volkswagen, y es que… ¡es increíble lo que se puede conseguir en este lugar con unos pocos dólares!
No me preguntéis cómo he conseguido llegar a semejante aldea, tan ensimismada en su paradisiaco vergel, con su aire algodonado de ambrosia celestial; ni siquiera sé si sabré volver, si el poco combustible que llevo en el portaequipajes será suficiente, y es que, llegado a este punto he de reconocer que no me importa, que este viaje ha sido la aventura anhelada vestida de paz, remanso genuino de tranquilidad. No hay mas deseo para el hombre que encontrarse a sí mismo y bailar sin vergüenza un baile con la conciencia libre de mal.
No ha sido difícil hallar al curandero, al Geneser como dicen ellos, pues su parafernalia y su extravagante atuendo lo delatan. Por sombrero lleva puesto un cráneo de un ñu, su pecho todo tatuado de símbolos tribales y cubriéndole la cintura hojas de platanero; lo más extraño es la capa que lleva desde el sombrero hasta el suelo, que va arrastrando, que es… no lo sé y creo que no lo quiero saber.
Como árbol bien enraizado y que no se marchita al lado de un rio, me planto frente a ese hombre espectral y empiezo a relatar mi razón y porqué estaba allí. Nada más acabar mi discursito preparado que quizá le faltaba un toque de convicción, miro a la derecha del curandero donde se encuentra su antagónico ser; un hombre con vestimenta occidental que hablaba mi idioma y le iba traduciendo, y yo espero, con los ojos abrasados por la llama de la incertidumbre, que me dé una respuesta.