A veces,
simplemente a veces, cuando me dejo llevar por las letras que agarran mis
manos, las desean, y las llevan de allá para acá haciendo de ellas una
marioneta danzarina de versos gélidos y ardientes deseos, riegan las hojas en
blanco de mi jardín, floreciendo enredaderas de rimas y locuras desmedidas e
insípidas que alimentan mi alma; sí, son esas letras las que posen mi alma de
tinta en un cuerpo de carne y no dan tregua a este corazón irrazonable de
papel.
Por eso
me dejaré llevar en azules vestigios por una tempestad de tinta; surcaré, siempre
presto a la aventura, con mi barco de papel a la deriva, dejaré que las olas
escriban despedidas mojadas, impelidas por los vientos elíseos de mis sueños, y
allí… naufragar.
Y bajo
la luz de una vela marchita, veo como se consume mi vida de cera por las llamas
de un fuego efímero que se apagará cuando suelte mi mano, gota a gota pierdo
fuerzas y son mis lagrimas estocadas desoladas que traspasan cicatrices, que
voltean pensamientos, que enmudecen las gargantas; es la sal que asola verdes
prados, en mi cara los quebranta y es aciaga la esperanza para unos dedos ya
cansados de sangrar tinta invisible.
Es fugaz
la estrella que pasea por mis cielos negros, mis deseos yo le pido, mis
palabras yo derrito en el último suspiro, nunca se sabe dónde está la puerta
que te lleve al otro lado y quizá, con ella, con esa estrella, pueda volver a
surcar acantilados afilados sin volverme a dañar.