sábado, 5 de julio de 2014

Medianoche


Grandes son las caricias de buenaventura que al morir el sol aparecen sigilosas, intuitivas. Se desgastan los minutos entre afiladas carcajadas, abrigo desmedido que ensombrece la rutina y da descanso acurrucado al desván polvoriento del alma. Siluetas en la sombra reverdecen almohadas y el fugaz sendero que te lleva a la luna. No hay instantes renegados en los auspicios del delirio, pues postrado boca arriba enmudecen inquietas yemas, deseosas de sollozar a gritos estandartes melindrosos de insignias difuminadas. Voraz amalgama de medianoche que engulle la simiente de la verdad para desalojar páramos enhiestos, para despojar secos mares, para sumergir en locuras banales la desdicha del porvenir. El desgaste acumulado trajo consigo alabanzas, pernoctando ralladuras olorosas de futilidad. Y al rallar el alba y escurrir su aroma recordarás la tranquilidad que te dieron aquellas palabras lanzadas al vuelo, para nunca pensar más en castillos derruidos en épocas turbulentas.


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