El viento mecía entre sus brazos relatos dormidos, susurrados
a voces en el palpitar vacío de la volátil noche.
De la nada apareció el todo, y con sus ochenta y ocho
besos de menta engalanaron la resquebrajada alma del sediento, alma que se
alimenta en secreto de la sonrisa frágil del silencio evaporado, dulce melodía que
se acurruca en su pecho dándole un aliento nuevo.
En la sonrojada habitación de un corazón acelerado se
traspapelaron todos los planos montañosos de un futuro incierto, creando
realidades alternativas sobre las difusas siluetas de verdes miradas, aun
tibias por pasados caducados, pero teniendo muy presente que la imposibilidad
de lo inconmensurable a veces es factible.
El viento, ahora mece entre sus brazos relatos inspirados,
evocaciones sublimes que son silbadas provocando la envidia a los pájaros que están
que trinan, pues ven el vuelo majestuoso del alma incansable, reparada, que
escucha los susurros a voces en el palpitar desbordante de la eterna noche.
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